Cuando hay santos nuevos

Todavía no se ha escrito una abundante y detallada obra sobre todas las deidades, entidades espirituales, algunos santos y otros no tanto, que son objeto de veneración, temor o que se invocan cuando se requiere de alguna ayuda del más allá en nuestro país. Podríamos esbozar las primeras páginas de esta historia de las inquietudes espirituales del venezolano con dos de los más recientes: Don Nicanor Ochoa e Ismaelito.

Estas dos figuras han pasado a ser objeto permanente de solicitudes por parte de personas que, encontrándose en caso de alguna necesidad, los invocan y, al parecer, han obtenido respuestas; parecer que se deduce, por ejemplo, del sinnúmero de taxis y autobuses por puesto en los que se eleva una plegaria de gratitud al primero de los mencionados. En cuanto al otro, también tiene quien le venere, aunque quizás sus milagros no son tan difundidos como con el primero, por razones que quizás luego se comprenderán.

Don Nicanor Ochoa fue un curioso, un poseedor de ciertos conocimientos ocultos, de ésos que permiten hacer un bien o hacer un mal, enmendar una empresa torcida, deshacer un mal de ojo o echarle una vaina a alguien. Su nacimiento se ubica en la localidad de Nirgua, otrora parte del estado Carabobo y hoy día perteneciente al estado Yaracuy. Vivió entre los dos siglos, el XIX y el XX. La leyenda asegura que la muerte le sobrevino por una apoplejía, a causa de un disgusto ocasionado por una pelea de gallos, a los que Don Nicanor Ochoa era muy aficionado.

Nicanor Ochoa se había elevado a la categoría de Don ya en vida, gracias a los conocimientos que antes referimos grosso modo. Pero su estatura espiritual se encumbró aún más cuando, posterior a su muerte, comenzó a hacer diversos milagros, según afirman muchos beneficiarios. Mi mecánico me cuenta que concede lo que se le pida en 24 horas y que sólo pide un vaso de agua. Es poco, si se piensa, comparado con algunas ánimas más pedigüeñas.

He leído en muchos taxis y autobuses de pasajeros muestras de gratitud hacia este señor. Sus mayores logros parece que están vinculados al área automotriz. Para los que invocaron su nombre, los milagros de Don Nicanor Ochoa son incuestionables y la veneración que sienten por él es inquebrantable. Estos favorecidos son fáciles de reconocer, pues rotulan sus vehículos con la insoslayable leyenda: “gracias a Don Nicanor Ochoa”; incluso, algunos tienen estampas con su imagen.

Por su parte, Ismaelito es una leyenda, en todo el sentido de la palabra. Ismael fue su nombre. Su apellido dicen que fue Sánchez; no conozco su verdadero lugar de nacimiento (que era del Lídice, según). Desanduvo por la vida en las barriadas del oeste caraqueño; dicen que andaba en moto, que se fumaba su piedra de vez en cuando y que vivía de lo que rebuscaba (léase: robando). Hay quien asegura haberse echado palos con él. Dicen que era como un Robin Hood de los barrios. Murió como mueren los malandros, aunque la leyenda lo encumbra: fue defendiendo a su barrio.

Lo que sí es indudable, y sobre lo que todos están de acuerdo, es con respecto a su iconografía: a Ismaelito se le representa con una gorra ladeada (la visera hacia la parte de atrás, un poco a la derecha o a la izquierda, según el gusto de quien la hace). Usa un bluejean, franelilla sin mangas, blanca, y zapatos tenis del mismo color; lentes oscuros, como el Pedro Navaja de la canción. Entre la pretina del pantalón y la camiseta (correctamente introducida en el pantalón), se observa la cacha de la pistola o revólver. A menudo, en el bolsillo trasero sobresale el pico de una botella de cocuy o de anís. A veces le ponen una gruesa cadena de metal o un collar de santero.

Las personas que se llevan la estatuilla de Ismaelito no están todas vinculadas al mundo del hampa, como podría creerse. “Hasta policías me han comprado una imagen de Ismaelito; no sé, supongo que para estar bien con Dios y con el Diablo”, me dijo una vez una vendedora de una tienda, quien reconoció que con frecuencia ésta es una imagen que tiene mucha salida: “se vende bastante, a veces hasta se agota; como es nuevo”. Esta vendedora también me ofreció la contraparte femenina de Ismaelito. Al preguntarle por su nombre me dijo que no tenía uno oficial: “algunos la llaman Jackeline” (también escuché que la Chama Isabel). “¿Era la novia?”, le pregunté. “¿De quién? ¿De Ismael? No, vale. Bueno, no sé.”

Éstos son todos los detalles claros que he podido entresacar al entrevistar a encargados de perfumerías y tiendas de brujería donde se exhibe la estatuilla de Ismaelito. Dicen que a Ismaelito le piden protección los que están en la cárcel o en esos trances. Como muchos espíritus, Ismaelito es caprichoso, y no siempre las cosas salen como se quieren. Pero nadie pierde la fe (en el mundo del hampa primero se pierde la vida antes que la fe).

Aquellos santos medievales, que ofrecían la absolución o la vida eterna (cosas bastante lejanas de la cotidianidad, del día a día), parecen ser sustituidos en los actuales momentos, debido a que el hombre contemporáneo no sólo vive del panespiritual, sino que también tiene que dar respuestas, todos los días, a necesidades de índole más práctica. Después de todo, la salvación del alma es algo que sólo ocurre una vez, cuando uno muere o cuando llega el día del juicio. Pero la del cuerpo es algo por lo que todos los días hay que velar. Alguien dijo una vez que el alma se contenta con pocas cosas; el cuerpo necesita muchas. A nuevas necesidades, nuevos santos, podría ser el epigrama que resuma el auge y apogeo de la veneración a estas nuevas deidades.

Rafael Victorino Muñoz

@soyvictorinox

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Acerca de Rafael Victorino Muñoz 21 Articles
Escritor y profesor universitario

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