—¿De verdad crees—se volteó a verme, con cierta altivez en su mirada, algo sumamente irritante—que una figura como “La muerte” se va a preocupar de buscar a cada persona que tenga que morir?—En respuesta, me quedé callada. Ella sonrió ante mi silencio.
Se colocó uno de sus rizos tras la oreja, y cruzó sus brazos sobre su pecho. Yo la miré con la mayor indiferencia que podía lograr.
—¿En serio piensas que “La muerte” tiene una lista de humanos que deben morir, y los va a buscar uno por uno? ¿Sabes cuántos humanos existen? ¿Sabes cuántos mueren todos los días, en todo el mundo?
—¡Por supuesto que no creo eso!—La interrumpí, antes de que continuara con su monólogo en forma de cuestionario-Es evidente que no existe un ser así. Tan solo es un nombre que le ponemos al mayor temor de la humanidad; y también la única promesa que no se rompe—Por primera vez sentí que había respondido bien. Quise sonreír, pero no lo hice. Habría parecido una niña feliz de recibir un dulce. Y ella ya me veía con ojos de superioridad como para darle más motivos.
La rubia calló un momento; una brisa ondeó su cabello y el mío. Ella me miró fijamente a los ojos, de esa forma en que ya nadie hace. De esa forma serena pero intimidante en que solo miran quienes saben quiénes son y en dónde están parados. De esa forma segura y fuerte; esa forma en que yo siempre he querido mirar. Y la admiré.
—Entonces, dejen de tenerle miedo. Es una promesa, es inevitable, es necesaria. Dejen de tenerle miedo; dejen de tratar de reconocer lo desconocido. Y tan sólo disfrútenlo.
Y me sorprendí.
—¿Disfrutar la muerte, dices?-Pregunté levantando una ceja, sarcástica
—Si, y lo que llaman “vida” también. Porque yo —miró arriba un segundo, bajó la vista y se volteó—Yo también sigo siendo desconocida para ustedes. Y me temen, más que a lo que llaman muerte.
—¿Por eso eres tan amargada, Vida?—Le lancé de vuelta, refiriéndome a la conversación que habíamos tenido.
—¿Estás segura de que soy yo la amargada, humana? —Y me miró con aquella tristeza en sus ojos, llena de experiencia, de dolor, de sabiduría. Esta vez no había prepotencia ni sarcasmo, nada de altanería. En su lugar, su mirada era la tristeza profunda de una madre que ha visto a sus hijos golpearse una y otra vez contra el mismo muro, y que aunque muda para decirlo con palabras, ha buscado la manera de gritarles, llamarlos, advertirles. Pero ellos eran ciegos, sordos ante todo eso.
Y supe que lo cierto es que la Vida me mostraba una y otra vez realidades, hechos y verdades. Pero era yo la que no quería ver.
Me encanto. Excelente talento Venezolano. Un gran abrazo para todos , que sigan los éxitos! .
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