Quiero iniciar este artículo con un texto atribuido a Rumi, un poeta persa del siglo XIII:
Seis hindúes sabios, inclinados al estudio, quisieron saber qué era un elefante. Como eran ciegos, decidieron hacerlo mediante el tacto. El primero en llegar junto al elefante, chocó contra su ancho y duro lomo y dijo: “ya veo, es como una pared”. El segundo, palpando el colmillo, gritó “esto es tan agudo, redondo y liso que el elefante es como una lanza”. El tercero tocó la trompa retorcida y gritó: “¡Dios me libre! el elefante es como una serpiente”. El cuarto extendió su mano hasta la rodilla, palpó en torno y dijo: “está claro, el elefante es como un árbol”. El quinto, que casualmente tocó una oreja, exclamó: “Aún el más ciego de los hombres se daría cuenta que el elefante es como un abanico”. El sexto, quien tocó la oscilante cola acotó “el elefante es muy parecido a una soga”. Y así los sabios discutían largo y tendido, cada uno excesivamente terco y violento en su propia opinión, y, aunque parcialmente en lo cierto, todos estaban equivocados.
En algún lugar de Venezuela una madre está buscando comida entre la basura, en otro no muy distante algún médico sin insumos solo puede observar como lentamente se pierde la vida de los pacientes del hospital oncológico donde trabaja. Al salir del centro médico, el familiar de uno de los pacientes se mantiene de pie en una larga fila para poder comprar lo que se convertirá en la cena de sus familiares.
En algún lugar de Caracas alguien injuria incansablemente al ladrón que extrajo discretamente un teléfono celular de su bolsillo, mientras que en Valencia alguien debe pagar un precio muy alto por un taxi debido a que la ineficiencia del transporte público le impide abordar unidades colectivas en horas de la noche.
En ese mismo país la oposición política y el gobierno se sentaron en una mesa de dialogo en la que prometieron disminuir las descalificaciones y los insultos… podríamos decir que se ha cumplido de no haber escuchado cosas como “Vampira”, “fascista” o el enigmático “Rey del perico”. Se acordó también la liberación de presos políticos… aunque no todos interpretamos que esos presos serían aquellos que ya tenían boletas de excarcelación y legalmente ya deberían estar libres… o que estuviesen amparados por inmunidad parlamentaria.
Por otra parte, la polarización política, y lo aparentemente “trancado” que se encuentra el “juego democrático” (aplicando a la política los términos propios del dominó), han generado niveles de intolerancia catastróficamente altos y la desesperación de los ciudadanos venezolanos al no poder convivir con la inflación, escasez e inseguridad. Eso implica que sí es necesario un dialogo, o como diríamos en criollo “o hablamos o nos caemos a coñazos”. Sin embargo es necesario que ese dialogo (más que ser honesto) sea productivo y no produzca discursos sino realidades fácticas.
La responsabilidad más grande que tienen hoy día los dirigentes políticos de todas las tendencias es la ardua tarea de transmitir a sus simpatizantes que la democracia justamente debe permitir que se pueda cohabitar un país con personas que piensen distinto… claro está que la gran dificultad radica en el contexto, y que para un sector resultará muy complicado comprender a quienes apoyan a un gobierno responsable de una disminución dramática de la calidad de vida o la separación de sus familias; mientras que para otro sector será difícil apoyar a quienes, según el discurso oficial, representan los errores del pasado.
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