¿Qué fue antes y qué después? ¿La integración o la identidad? ¿Queremos estar integrados con los demás países latinoamericanos porque sentimos que somos iguales o queremos integrarnos para sentirnos o ser iguales? Sea como sea, la identidad o la integración latinoamericanas a menudo se me antoja que es sólo una panacea más, una de esas tantas frases hechas o frases huecas con que los gobernantes ineptos nos ofrecen la felicidad suprema a largo plazo: cuando estemos unidos, como lo soñó Bolívar…
Pero a la larga esta termina siendo como muchas otras: sólo una idea de algo que no sabemos bien cómo se logra ni mucho menos de qué nos servirá (ellos tampoco lo saben; si se lo preguntamos, responderían con otra frase hueca). Digo, si fuéramos en lugar de diez naciones, una sola, ¿seríamos más desarrollados, menos caóticos, más cultos y educados? Si fuéramos trescientos millones en vez de treinta… ¿es que acaso el tamaño y la cantidad van a hacer por sí solos que empiece a funcionar lo que nunca ha servido? Hay países pequeños que funcionan bien, hasta donde uno sabe.
Quizás por eso perpetúan este anhelo nuestros ineptos gobernantes. Proponerse una meta que nunca va a lograrse es tener la eterna excusa para no avanzar. Si vivimos creyendo, haciéndonos creer y haciendo creer que todo será mejor cuando seamos una sola nación, tendremos la clara explicación de por qué no se hace nada. Hasta tanto no ocurra aquello, lo demás queda para después, eternamente postergado. Somos una nación en construcción. Es como la eterna excusa del subdesarrollo fundamentada en el intervencionismo yanqui: somos esto por culpa de los gringos, si no hubiera sido por el imperio quién sabe dónde estaríamos ahorita mismo… Yo sí sé. Igual que ahora.
En la Constitución, las leyes y los programas de educación, hay indicaciones claras acerca de que debe fomentarse en la escuela una identidad latinoamericana, porque esa será la base para que un día se materialice tal ideal. Pero en la constitución, en las leyes y en los programas siempre hay indicaciones claras con respecto a éste y a muchos otros ideales que nunca se logran: que los niños y jóvenes se conviertan en lectores, que sean buenos ciudadanos cuando lleguen a adultos… En todas las constituciones siempre las ha habido, siempre las habrá. Son como las buenas intenciones. Pero, como de buenas intenciones está empedrado el camino que lleva al infierno… No digo que la idea sea mala, pero nunca concretada, mal usada y por las razones equivocadas, se me hace detestable.
Y yo no creo que haya, en realidad, muchos docentes venezolanos explicándoles a los niños que tenemos que ser como hermanos de los ecuatorianos y chilenos. Quizás no les han dicho claramente a nuestros docentes que tienen que hacerlo. O quizás se los dijeron, pero no les explicaron de qué manera, cómo y qué tan seguido. A lo mejor les preguntas a esos mismos docentes y no saben cuál es la capital de Paraguay. Y tampoco tienen claro exactamente por qué tenemos que ver como iguales más a estos los de este país que a los de aquel otro; pongo por caso Ecuador en lugar Jamaica; aunque más de uno aventurará que si el idioma… Algo dirán, porque esta es nuestra versión de la mentira repetida mil veces de la que hablaba Goebbels.
Yo no tengo por mejor ser hermano de un país que de otro. A fin de cuentas, son otro país, si a ver vamos. Para mí solo hay una humanidad y la idea de formar un bloque de naciones es como la idea de tener unos aliados y unos enemigos: nosotros los latinos versus aquellos los yanquis (como hicieron los griegos para enfrentarse a los persas). ¿Tenemos que unirnos para poder pelear? Muchas veces la idea de crear esta nación fuerte y poderosa es un despropósito para competir con los gringos en el comercio o en otras áreas (y no es un invento, lo he leído y escuchado en no pocas ocasiones).
La patria es la idea de una persona a la que no conocimos. La integración es casi lo mismo, sólo que es más improbable. Lo que dicen que nos une como Latinoamericanos es lo que nos trajera España: el hecho de ser colonia en el pasado y el idioma. De eso quisimos huir. Quizás es lo que nos impide unirnos: lo que tenemos en común es precisamente aquello de lo que nos independizamos. Lo que nos une es lo que nos separa. Nunca una contradicción fue tan parecida a la realidad. No puede estar unido lo que nunca estuvo sino por la fuerza.
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