La Marcha Clandestina

Sin presentir la marcha clandestina

Del dulce mal con que me estoy muriendo

-Andrés Eloy Blanco-

El caballero despertó repentinamente a mitad de la noche entre las sábanas sudadas como si alguien estuviese husmeando entre sus sueños, se mantuvo cavilando adormecido con la cabeza sobre la almohada por unos minutos, intentando idear algo interesante o recobrar el sueño.

Se levantó de la cama en medio de la oscuridad y se encaminó hasta la puerta de la habitación. Una vez en el pasillo se desplazó con cautela hasta que se escuchó un estruendo generado por la fuerte patada que con su pie descalzo había asestado a la pata de la pesada mesa de mármol, entre gemidos de dolor y maldiciones siguió la marcha a través de las sombras hasta llegar a la cocina donde intentó encender la luz, se percató en ese momento que la casa no contaba con el servicio eléctrico que había olvidado pagar.

Se movió con cuidado entre la colección de copas y botellas hasta una alacena de la que extrajo un vaso para beber agua, se sentó frente a la ventana al regresar a la habitación como si hubiese algo que contemplar además de los edificios grises que poblaban la ciudad hasta el horizonte. Alguna vez soñó con vivir en otro lugar, rodeado de árboles, plantas y mujeres dispendiosas de amor siempre a su alcance. Se aproximó a un baúl donde guardaba todas sus pertenencias, lo vació en su única maleta mientras exclamaba – Me voy -.

Caminó con pasos firmes hasta la puerta de la residencia hasta encontrarse frente a ella, su mano posada sobre la cerradura, algo le impedía su salida, confirmó tras ver el reloj que eran las tres de la mañana, lo pensó un instante y decidió regresar a la cama.

Se levantó la mañana siguiente, avergonzado por su cobardía caminó velozmente con paso de marcha militar hacia la puerta, impulsado por un ataque de decisión partió sin olvidar dejar una nota en la puerta pegada con cinta transparente.

Recorrió ferozmente las calles de la ciudad hasta hallarse en el terminal de pasajeros, donde abordó un autobús electo bajo el mejor mecanismo que existe para situaciones de esta naturaleza, el azar. El caballero se sentó junto a una ventana del autobús, el asiento era espacioso por lo que no le costó mucho ponerse cómodo, sacó su teléfono celular del bolsillo percatándose de que había llegado la hora de ir a trabajar… – ¡Hoy no, ya no más! – exclamó mientras conectaba los audífonos al aparato.

Activó el reproductor de música del celular al iniciar el viaje, a medida que el vehículo avanzaba se apoderó de él una sensación de adrenalina creciente, transcurrió poco tiempo para que sintiera el aire recorrer su diafragma produciendo lo que pareció a los presentes un terrible alarido, “nada nos libra, nada más queda”. El último concierto de Soda Stereo fue interrumpido por un caballero que le señalaba a manera de guasa que esa canción le quedaba mejor a Ceratti.

El amable viajero burlón conversaba con el caballero sobre música, la cultura general de ambos era asombrosa, Freddy Mercury, Rob Halford y Plácido Domingo fueron, entre otros, los protagonistas de aquella charla que se prolongó hasta el momento que un hombre de piel oscura y estatura promedio empezó a pasearse por los asientos cobrando el pasaje, cuando el colector se aproximó al asiento, el caballero extrae la billetera de su bolsillo. Para su sorpresa y decepción, ésta estaba vacía. Ya habían salido de la ciudad cuando fue obligado a bajar del vehículo.

Perdido en las afueras de la ciudad empezó a caminar a la deriva, ya no podía irse, tampoco regresar, no tenía nada, solo un teléfono celular, una maleta con ropa y una billetera vacía.

Al pasar frente a un toldo escuchó un grito que se apoderó de su ser como un rayo de esperanza – “Mototaxi, mototaxi, moto, moto” -. Al aproximarse al único hombre del toldo le explicó que no tenía dinero, pero si le llevaba al banco podría retirarlo dejándole por garantía su teléfono celular.

Al instante se pusieron en marcha, el conductor empleaba unas maniobras evasivas de retrovisores de automóviles impresionantes, mostrando su gran habilidad a pesar de no poder respirar correctamente a causa del abrazo estrangularte con el que intentaba permanecer vivo el caballero.

Minutos más tarde pudo percatarse al salir del banco con el dinero que el mototaxista se había marchado con su celular. Ya no tenía teléfono, ya no más. Caminó iracundo, e iracundo esperó el autobús que abordó iracundamente. El hecho de que todos los asientos estuviesen ocupados fue la chispa que encendió la llama de su efervescente arrechera, arrechera que le acompañó hasta la puerta de su casa donde retiró la nota que arrojó a la calle.

El papel fue encontrado por su vecina, la queridísima Bisagra María que intentó leerla haciendo gala de su olfato periodístico. Su busca de otro chisme solo le permitió enterarse de esta historia que hoy escribo. Bisagra estaba segura de que el caballero dormirá tranquilamente esa noche, era la quinta vez que faltaba al trabajo esta semana, y eso certifica que ya no tiene trabajo, ya no más.

 

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Acerca de Juan Luis González Díaz 99 Articles
Periodista egresado de la Universidad Arturo Michelena (UAM) y maestrando en filosofía en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Es profesor de la Universidad Bicentenaria de Aragua (UBA), fue profesor en la Universidad Arturo Michelena y posee estudios de diplomado en Análisis Político (UCAB) y Gerencia Pública y Gobernabilidad Democrática (UCAB). Ha desempeñado diferentes labores relacionadas con la comunicación social en medios como la revista digital enfocada a temas de DDHH y sociedad civil, Alternos.la; el diario La Región del estado Miranda o el portal web, El Pitazo.

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