El NO, es una palabra castradora, que limita, que coarta, que reprime libertades de pensamientos. Al decir NO estamos colocando una especie de muro para permitir que nada ocurra. Esta es la batalla que a diario debe librar el venezolano desde su núcleo familiar pasando por el campo laboral hasta llegar a los públicos. Y así han ido pasando la vida tras el velo de la negatividad.
Será preciso extraer en esta oportunidad un fragmento del libro Autoestima del Venezolano democracia o marginalidad, por Manuel Barroso.
El venezolano necesita quien lo escuche. Desde pequeño no ha tenido quien lo escuche. “Estas no son conversaciones para niños”. “Tú eres muy niño para meterte en cosas de mayores” los mayores hablan, los pequeños callan”. “Váyase para el cuarto”. “Callate”. “ Quédate tranquilo”. “No fastidies…” Al adolescente: “¿Cómo te atreves a hablarle así a tu mamá?” “Si abres la boca te la reviento de un…” Al joven: “estás loco vale”… Pág xiv
Si nos fijamos en la cita podremos notar como hasta de manera intrínseca la palabra NO agrede a la persona y tiende sobre ella una especie de entramado que lo atrapa, lo cercena, lo descalifica. Y así va por la vida danzando bajo al ritmo de una mala nota, para luego traspasar lo aprendido pues, hasta quien le antecedió fue formado bajo este patrón.
A diario nos enfrentamos a situaciones que transgreden nuestra esencia, nuestro ser fungiendo como dagas para nuestra alma y autoestima.
La contienda no es fácil, pero nadie dijo que sería lo contrario; por ello debes hacerle frente con tu capacidad aprendida ante la vida y luchar por hacer resplandecer tu horizonte, permitirse encender la luz que ilumine tu vida.
Dentro de todo ese paisaje grisáceo en el que te dibujan a diario debes colmarlo nuevamente de color y rediseñar el ambiente sabiendo y entendiendo que todo de alguna manera subyace dentro de ti.
Marcos Ojeda
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