Hay varias visiones acerca de cómo es la vida del hombre en sociedad; algunas pesimistas, otras más o menos optimistas. A lo largo de la historia, distintos pensadores han reflexionado sobre ello, inclinándose ya a una, ya a otra visión; a veces una misma persona, según sea su estado de ánimo, sostiene ambos puntos de vista, pero no al mismo tiempo; incluso algunos que se dicen optimistas, pero quizás son lo contrario, trazan el dibujo de un mundo ideal. Estas son las utopías; ellos, los utópicos o utopistas: Bacon, Moore (en alguna ocasión hablaremos de ellos).
Yo diría que estas dos visiones, contrapuestas pero complementarias, aparecen resumidas en las tesis de Thomas Hobbes, por un lado, y John Locke, por el otro. Veamos. En su célebre Leviatán, Hobbes sintetiza la visión nefasta de la vida del hombre en sociedad en una frase tan célebre como terrible: el hombre es el lobo del hombre. Con ello quiere enfatizar esa sensación que hemos tenido muchas veces de que cada persona parece pensar sólo en su propia ganancia, sin importar los demás, quiero decir, sin importar si la ganancia se logra a expensas del sufrimiento de los demás (los que vivimos en este país, si no lo sabíamos, ahora lo conocemos de sobra).
El autor titula así su libro por una monstruosa criatura mencionada en el Antiguo Testamento. El Leviatán sería el Estado o el gobierno que el hombre ha creado; pero entonces, de acuerdo con ese nombre, sería un monstruo que mata y devora, que produce más daño que bienestar (y al parecer es o ha sido así, no sólo aquí). Sin embargo, creo que Hobbes era un optimista disfrazado, ya que en el fondo creía que someterse al Estado (o al gobierno o a las leyes) era, a su vez, la única garantía de que la vida en sociedad no fuera una lucha brutal y salvaje donde nos devorásemos entre todos, ya que creía que las instituciones sociales podrían poner freno a tal voracidad.
Por su parte, Locke, en el Segundo tratado de la sociedad civil, suponía que la asociación entre las personas nacía de la necesidad: ya que no todos podemos hacer todo, nos asociamos de manera que ayudar a otros con sus necesidades y que esos otros nos ayuden con las nuestras. Las instituciones sociales entonces sólo cumplen con la tarea de arbitrar y resolver ciertas cuestiones no previstas, buscando siempre que las partes resulten satisfechas con el acuerdo. Y claro, esto supone la necesidad de que los hombres deban gobernarse por la razón y el sentido común y no sólo por sus apetitos. Autores como Rousseau, John Rawls, han suscrito de alguna manera esta tesis, le han añadido argumentos. Pero la realidad a menudo se encarga de desmentir todo.
Como decía al inicio, cada quien tiene su visión. Muchas veces le daremos la razón a Hobbes. Estoy seguro de que algunos de mis lectores estarán pensando que, en efecto, recientemente, cuando hemos salido a la calle a comprar los artículos para satisfacer nuestras más básicas necesidades, sentimos que estamos a punto de ser atacados a dentelladas por feroces lobos cuyas fauces están permanentemente abiertas. Por lo menos, nuestro exiguo presupuesto familiar termina siendo devorado. Y estos lobos, cuando se les acusa de serlo, se vuelven mansos corderos y echan la culpa al mercado o al gobierno o a Lorenzo Mendoza o a dólar today. Pero no acuda usted a las instituciones, porque estas o parecen haber sido creadas para defender los intereses de los lobos o son regidas también por estos.
Como puede deducirse de las líneas que anteceden, yo también a veces pienso que Hobbes tenía razón. Otras veces, sorprendo un gesto en la calle, una acción… Y termino por creer que ese otro mundo es posible, puesto que muchos, la mayoría de nosotros, que somos más víctimas que victimarios, actuamos movidos por esos impulsos de solidaridad y colaboración naturales de los que habla Locke. Pero en fin, hoy, particularmente esta semana, esa sociedad democrática, justa, igualitaria, que pensaron, idearon o avizoraron muchos, y muchos más después seguirán soñando, parece sólo eso: un fragmento de sueño que se desvanece más y más, a medida que la mañana nos revive, o nos mata.
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