“Nuestra gestión es muy buena pero no la hemos sabido divulgar”, es frase común en boca de fracasados e impopulares gobernantes y de sus adláteres.
Cargar la culpa de los malos gobiernos a sus políticas comunicacionales no es nada nuevo. De ello está marcada nuestra historia contemporánea desde mucho antes que Hugo Chávez irrumpiera con sus tanques y sus fusiles vomitando plomo y muerte.
En su reciente conferencia de prensa internacional, el presidente Nicolás Maduro se quejó de las “miles y miles de horas” que dedican los medios del mundo a hablar mal de su gobierno y a desacreditar a la llamada revolución bolivariana. Según él, es una campaña bien orquestada que no deja espacio ni tiempo a voces distintas a aquellas que agreden a su administración y levantan infundios sobre lo que ocurre en Venezuela.
Cuando esto dice, al Jefe del Estado se le sale por los poros la doble moral que le borbotea por dentro: ¿Acaso no son miles y miles las horas que, por mandato gubernamental, dedican los medios públicos y privados a bombardear a los venezolanos con una engañosa propaganda destinada a esconder la gravedad de la crisis que atraviesa el país, a sepultar toda opinión disidente e instalar una visión única de la sociedad?
Forzosas cadenas de radio y TV a cada rato según disponga el capricho presidencial, derroche de dineros de los venezolanos en una profusa publicidad gubernamental, peculado de uso en la utilización de medios y recursos públicos con fines político-partidistas, censura manifiesta y encubierta a periodistas y medios, autocensura inducida a comunicadores y medios bajo amenazas de cierre y chantajes tributarios; discriminación, agresión y detención de periodistas y trabajadores de la prensa en la cobertura de eventos noticiosos… Son todos expedientes, con un largo etcétera, a los que recurre el gobierno desde los tiempos de Chávez para imponer su hegemonía comunicacional. Por cierto, el término “hegemonía comunicacional” no es creación de ningún opositor sino la cruda confesión del entonces ministro Andrés Izarra, cuyas prácticas han sido, en esencia, las mismas en el menú comunicacional oficialista hasta ahora.
La pluralidad comunicacional que reclama en el planeta el presidente Maduro debería comenzar a aplicarla en su propia jurisdicción, donde bastaría con una orden suya para permitir que voces disidentes se expresen en igualdad de condiciones que la de él.
La mala noticia para el madurismo es que su pretendida hegemonía comunicacional ha sido ineficaz hacia adentro y hacia afuera. Así como los venezolanos no se dejan llevar por el “Maduro en el país de las maravillas” que nos pinta la propaganda oficialista, tampoco lo hace la comunidad internacional. La preocupación y alarma del mundo democrático por Venezuela no es resultado de miles de horas de presunta campaña internacional contra el gobierno de Maduro.
¿Acaso no sabe el Presidente que los países y organismos multilaterales tienen aquí sus embajadores y un personal que constata in situ la tragedia que vivimos los venezolanos? ¿Cree que esos gobiernos y organismos están actuando bajo engaño mediático? ¿Supone que la mirada internacional no está al tanto de la hambruna, de la gente comiendo basura, de la crisis en salud, de los pésimos indicadores económicos, de nuestra realidad hospitalaria, de la irrespirable inseguridad ciudadana, de las cotidianas violaciones a los derechos humanos, de los escandalosos hechos de corrupción, del desconocimiento a la voluntad popular y a la independencia de los poderes garantizados por la constitución?
¿Acaso esos embajadores no ven la quiebra de empresas, el cierre de operaciones de aerolíneas internacionales, de fábricas automotrices y otras empresas de capital nacional y extranjero? ¿Piensa Maduro que no ven la forzosa morosidad de empresarios privados con proveedores internacionales de materias primas y equipos? ¿Cree que el mundo no sabe de la millonaria diáspora de venezolanos deambulando por todo el planeta?
Ni miles, ni decenas de miles, ni cientos de miles, ni millones de horas de propaganda pueden tapar la cruda y trágica verdad de la Venezuela de estos días. La hegemonía comunicacional ha sido rotundamente derrotada por la realidad.
Hay un principio corporativo aplicable también a la política: los problemas de gerencia no se resuelven con medidas comunicacionales sino con decisiones gerenciales, en este caso con adecuadas políticas públicas. La mejor política comunicacional es realizar un buen gobierno, no al revés.
Y no hay que olvidar un pensamiento de Abraham Lincoln que no tiene fecha de vencimiento: “Se puede engañar a todo el mundo por un tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
FOTO: AFP
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