O lo raspamos con nuestros votos o Maduro pasará eximido

Si hubiese estado en su interés y efectivamente se lo hubiese propuesto, el presidente Nicolás Maduro habría podido evitar la catástrofe multidimensional por la que hoy atraviesa el país.

Posibilidades reales las tuvo: poder político gigantesco, sumisión absoluta de los demás poderes públicos (hasta enero de 2016, cuando se instaló la nueva Asamblea Nacional), subordinación total de la Fuerza Armada Nacional, férreo control sobre los medios de comunicación social y, muy especialmente, recursos financieros a montón, aún a pesar de la baja en los ingresos petroleros.

Pero lejos de evitar esa catástrofe nos condujo hasta ella y avanzó en su profundización.

En vez de rectificar políticas y acciones claramente nocivas dispuestas por su antecesor, Maduro las continuó, afianzó, aumentó y algunas aderezó con nuevos aditivos aún más perversos: el ya ruinoso control de cambios, la persecución y asfixia al empresariado privado, la desnaturalización y desprofesionalización de Petróleos de Venezuela, la onerosa e inoperante estatización de las industrias básicas, las expropiaciones e intervenciones arbitrarias de empresas y fundos privados en plena producción, el artificioso y engañoso control de precios, la partidización del Banco Central de Venezuela, igualmente de la administración aduanera y tributaria y de toda la administración pública, el acoso a las universidades, a los gremios profesionales y a las organizaciones sindicales autónomas, el cercenamiento de libertades políticas y sindicales, la liquidación de la contratación colectiva, del derecho de huelga y de la concertación tripartita del salario mínimo, la violación sistemática de los derechos humanos, la implantación encubierta de la pena de muerte en operativos contra el hampa, la represión sistemática de las manifestaciones y protestas, la violación consuetudinaria de las libertades de expresión e información, la persecución y acoso a los periodistas y medios de comunicación, cerco institucional y financiero a la Asamblea Nacional, así como a las alcaldías y gobernaciones lideradas por factores de la oposición… y pare usted de contar.

Los resultados están a la vista: un país empobrecido en todos los órdenes, destruido su aparato productivo y su institucionalidad democrática. Limitadas las libertades públicas. Hambreada y malnutrida la mayoría de sus pobladores. La hiperinflación hace estragos en la economía y aterroriza a las familias, cuyos ingresos se ven pulverizados por precios que suben segundo a segundo. El desabastecimiento de alimentos y medicinas se acrecienta gravemente. Los servicios de salud están derruidos no solo en su infraestructura física sino en también en su capacidad resolutiva. Hasta las clínicas privadas están desbordadas y maniatadas. La inseguridad azota a la sociedad toda. La miseria y el desempleo crecen en la misma medida en que se agigantan las corruptelas de una pequeña casta que se enriquece a la sombra del poder.

Los aumentos salariales y las cajas de alimentos que distribuye el estado a precios regulados son meros paliativos que no van a resolver los problemas.

Si Maduro no va a rectificar y a cambiar el rumbo, bien sea por razones ideológicas o de cualquier otra naturaleza, hay entonces que sacarlo, echarlo, despedirlo, eyectarlo de Miraflores.

Ya no caben dudas para quienes la tenían. Para sacar al país de la crisis hay que salir democráticamente de Maduro. Simplemente decirle: “Si pudiste y no lo hiciste, pues ahora tiene que irte”.

¿Y qué mejor oportunidad para hacerlo que las venideras elecciones presidenciales? ¿Qué arma más poderosa tenemos los ciudadanos que nuestro voto? No renunciemos a él.

O salimos en masa a votar o Maduro, el candidato del hambre, pasará eximido por seis años más.

Que se vaya Maduro y saquemos al país de la crisis.

¡Cambio y fuera¡ O mejor dicho: ¡Fuera y cambio!

 

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Acerca de Mario Villegas 36 Articles
Periodista, ex Secretario General del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa.

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