Movidos por diferentes razones, centenares de miles, cuando no millones de personas, alrededor de todo el mundo, desafiando temperaturas extremadamente bajas, o muy altas, así como humedad, la altura sobre el nivel del mar, se enfrentan a lo que para muchos puede ser el reto máximo de sus vidas: correr los 42 kilómetros y 195 metros de un maratón, incluso a riesgo de sus propias vidas, ya que no pocos han sido los que sucumben por el esfuerzo, y no sólo no concluyen la carrera, sino que terminan así su vida.
Podría uno preguntarse qué nos lleva a estas personas (se infiere que me incluyo en esto) a someterse a este maltrato tanto físico como psicológico. La respuesta es tan sencilla como diversa: hay muchas razones y cada quien tiene la suya. Quizás las razones para participar y/o querer terminar una maratón no sean las mismas que tenemos para correr. Digo, por lo menos yo comencé a correr por una razón, luego seguí por otra, y me inscribí (para el año 2012) en el maratón de la CAF que se corre en Caracas anualmente.
En mi caso las razones fueron: a) para iniciar, porque estaba trabajando y viviendo en otra ciudad donde no conocía a nadie y acababa de divorciarme; tampoco tenía mucho qué hacer, y entre seguir otros estudios de postgrado o comenzar a correr, opté por lo segundo; b) me mantuve en esto porque, además de un pasatiempo, se convirtió en un proyecto de vida (o en una forma de vida, vaya usted a saber la diferencia): cuando ya nos hemos casado (o divorciado), tenemos casa, carro, nos graduamos, aún no tenemos hijos o tenemos hijos ya grandes, pensamos que no podemos pasar la vida haciendo nada y esperando quince y último y que algo hay que hacer para ocupar las horas más allá del trabajo (al menos fue lo que pensé yo). También seguí porque descubrí que correr es una forma de felicidad: el éxtasis que uno experimenta al realizar una actividad física intensa puede llegar a ser algo adictivo. Correr es mi droga.
Y c) me inscribí en el maratón porque no encontré una razón para no hacerlo. Digo, esto es una progresión natural, como graduarse, casarse, tener hijos: cuando has corrido muchas veces 10k, luego comienzas a probar con media maratón, hasta que un día te preguntas “¿por qué no hacer los 42?” Es, siguiendo con la metáfora de las drogas, como ir pasando de unas sustancias menos fuertes a otras más fuertes. Hay quien va más allá, son los ultras: hacen carreras de 50, 80 kilómetros; compiten en triatlón. No sé si habrá una clínica para desintoxicación de los adictos al running.
Con todo, si lo ves desde dentro es otra cosa, este mundo del correr; no es sólo andar como un caballo, galopando de un sitio para otro o alrededor de un círculo. Es como cuando estás en una fiesta y ves a los demás bailando: es más divertido hacerlo que verlo. He descubierto, pues, muchas cosas verdaderamente positivas de esta práctica, más allá de los obvios beneficios físicos. Por ejemplo, este es el deporte más democrático que conozco, no sólo por la cantidad de gente que agrupa y atrae (no sé de un deporte que 40.000 o 50.000 personas puedan estar practicando al mismo tiempo) sino que, además, puede tener uno la suerte de estar en la misma competencia con los más grandes (claro, cada quien a su ritmo). En fútbol difícilmente nosotros, los hijos de la conserje, vamos a participar en un torneo con Cristiano Ronaldo o con Lionel Messi.
Otro asunto es la calidad de las personas con las que he tenido la suerte de compartir esta manía (no se me ocurre llamarla de otra manera). En esta disciplina hay dos clases de corredores: los élites y los que corremos porque sí. Los que corremos porque sí no estamos pendientes de otra cosa que no sean los otros, porque no andamos compitiendo. He encontrado a tantas personas que siempre quieren darte un consejo, quieren que mejores, quieren que tú puedas llegar a dar lo máximo de ti, como si eso fuera asunto suyo. Y nada más enternecedor que esa intromisión en nuestras vidas.
Yo he participado en cientos de carrera. No uso el término competir, como habrán podido notar. Si uno compite, lo hace sólo consigo mismo. A veces, cuando uno va en una carrera, por ejemplo una media maratón, se encuentra por un momento, codo con codo, con otra persona, pongamos que en el kilómetro 17, cuando comienzas a cuestionarte acerca de tu existencia y la razón de ser de esa práctica maltratadora: por un rato corres al lado de esa persona a la que no conoces, sabes que no estás solo; de algún modo, le das ánimo, te da ánimo, a veces hablando, a veces si hablar. Quizás nunca más vuelvas a ver a esa persona, pero por un rato te importo ayudarla, o te ayudó a seguir, te dio aliento.
No sé cuál sea la verdadera naturaleza del comportamiento humano, pero me gustaría creer que es algo como eso. He allí mi razón para seguir corriendo.
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