Tuertos y jorobados

Desde niño siempre rehuí el halago. Aún hoy lo hago, aunque ahora soy menos intransigente en cuanto a aceptar los comentarios elogiosos. Y a pesar de que en algunas ocasiones he tenido la posibilidad de encabezar algo (un movimiento, una idea), siempre preferí hacerme a un lado. El tener personas cerca de mí, diciendo mi nombre, llamándome plañideramente, pidiéndome lo que sé no está a mi alcance, esas cosas que tanto placer parecen brindar a los candidatos en campaña, a mí me causan incomodidad y pesar, cuando no vergüenza ajena. En síntesis, no me llama la atención ser un líder; no quiero que me sigan.

Pero por otro lado, tampoco sigo a nadie; no tengo ningún líder, no reconozco a nadie como mi líder. A lo largo de mi vida he tenido poco trato con personas que ocupen una posición de las que comúnmente se llaman “de privilegio”, y no ando detrás de estas personas para lograr dicho trato. De tal manera y por tal suerte, he tendido a tener tratos con mis iguales o a quienes decido tratar como iguales y de quienes espero el mismo trato (aunque estoy seguro de que a muchos no les ha resultado agradable), ya que me resulta difícil, por orgullo natural, actuar como subalterno; aunque eso no implica dejar de ayudar a quien lo requiere, sea o no mi jefe (estoy seguro de que una cosa no impide la otra).

Pienso que si algo está sobrevalorado en este mundo es el liderazgo. Las personas se hacen creer a sí mismas que no hubieran hecho algo sin las palabras del otro (y a menudo lo único que hace el líder por ellos es decirles algunas frases sueltas; aunque no siempre se las dice directamente). Y los líderes se creen que sin su palabra los demás no obran ni actúan; como el granjero que piensa que las gallinas ponen más huevos porque lo escuchan cantar. Si alguien me dijera que hay un estudio en el que se demuestra que, en efecto, las gallinas ponen más huevos si escuchan la voz del amo, me daría igual. Después de todo las personas no ponen huevos y no deberían actuar como gallinas.

Se considera que es tan importante el liderazgo que hasta se estudia: las clases de líderes, cómo es su discurso, su carisma. A menudo se citan ejemplos, a lo largo de la historia, de situaciones que se piensa se han logrado sólo gracias a la inspiración de los líderes, procesos históricos que se gestaron porque un hombre estuvo a la cabeza de dichos movimientos: Julio César, Napoleón, Bolívar, Ghandi, Mandela, Martin Luther King. Respeto a algunos de esos señores como personas, a otros como pensadores, a otros los aborrezco como genocidas que llevaron a la gente a la muerte por un ideal que era más personal que otra cosa; y me da igual todo lo demás. Sigo creyendo que la gente puede o debería remar en un bote sin que haya alguien gritando con un megáfono (y lo peor es que ese que grita no rema). Quizás los líderes existen a causa de la indecisión de la gente para hacer lo que debe o lo que le corresponde por derecho.

Pero a cada uno de esos ejemplos históricos que ensalza el rol de un líder yo contrapongo otros tantos logros humanos en los que no hubo necesidad de nadie que los guiara. Después de todo, quién fue el líder en la consolidación de la civilización humana, en la invención de la escritura, el perfeccionamiento del lenguaje, el desarrollo de la agricultura y pare usted de contar. No sabemos o no importa; a lo mejor si hubo un líder, su nombre se ha olvidado como él acaso hubiera querido.

Consiento en que tal vez estoy siendo muy severo al poner en tela de juicio el valor de los líderes. Por sobre todo me mueven dos cosas: la convicción, y el temor, de que muy fácilmente el liderazgo degenera en despotismo y la criticable tendencia al mesianismo en que resulta todo esto, es decir, la visión o creencia que tiene comúnmente la gente de que el líder será el salvador del mundo. Y esto se me hace más odioso en la situación actual de Venezuela, en la que la gente parece clamar por un líder y ensalzan al primer jorobado que encuentran (y ya sabemos lo que hacen después estos señores). Lo que nos hace falta en este momento no son líderes, sino verdaderos ciudadanos, que cumplan y hagan cumplir las leyes. He dicho.

 

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Acerca de Rafael Victorino Muñoz 21 Articles
Escritor y profesor universitario

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