Voces de nuestra muy diversa y multisápida oposición venezolana vienen planteando la necesidad de que las fuerzas que adversan al régimen escojan en primarias a un líder único.
¿Un líder único? ¿Por qué y para qué? “¿Con qué se come eso?, diría el finado Luis Miquilena.
¿Es que acaso los aciertos y desaciertos, éxitos y fracasos de nuestra oposición han obedecido y obedecen a la existencia o no de un único líder?
¿Es que acaso la fabricación de un líder único, bien sea por la vía de primarias o de cualquier otro método, va a conducirnos inexorablemente al cambio democrático en paz al que aspira la inmensa mayoría de los venezolanos?
Para empezar, a diferencia de un candidato a la Presidencia de la República o a cualquier otro puesto de representación popular (en cuyo caso sí pueden ser pertinentes unas elecciones primarias), los liderazgos no se eligen, no son un cargo para el cual se vota, bien sea en urnas electorales, a mano alzada en asambleas o mediante cualquier otra forma comicial.
El liderazgo ni se elige ni se decreta. Lo otorga el reconocimiento de la gente en la cotidianidad. Se gana a pulso con la palabra oportuna y certera, trabajo diario y permanente, disciplina, madurez, idoneidad, lealtad y solidaridad, todo lo cual se traduce en confianza y una especial conexión con los sentimientos y los anhelos de la comunidad de que se trate, desde un modesto agrupamiento humano, un movimiento social, una ciudad o un país todo.
Líder no es el más carismático, sino aquel que mejor interpreta las necesidades de la gente y la orienta por los caminos más idóneos, por difíciles y antipáticos que puedan ser o parecer, para superarlas y producir las soluciones confiables y duraderas.
Es válido preguntarse si la pretensión de elegir un líder único no tendrá más bien el propósito de minimizar. neutralizar o acallar algunas voces de la oposición democrática, lo cual sería un verdadero atentado contra las enormes potencialidades de esta, toda vez que una de sus mayores fortalezas es precisamente la multiplicidad y diversidad de líderes que no solo la adornan, sino que la caracterizan como una fuerza representativa de los más amplios sectores de la comunidad nacional, tanto desde el punto de vista ideológico, como social y generacional.
Experiencias de líder único ya tenemos en el país. La más reciente y nefasta, la de Hugo Chávez, todavía la estamos padeciendo y con creces. Su costo para la democracia y la vida de los venezolanos ha sido sencillamente catastrófico.
Así como en la alternativa democrática no necesitamos un partido único como el propuesto en su momento por Chávez para el chavismo (que Nicolás Maduro contraría hoy al crear el partido paralelo “Somos Venezuela”), tampoco necesitamos un líder único.
Escoger un líder único de la oposición supondría el grave peligro de que este impusiera discrecionalmente a los demás su propia visión y su exclusivo proyecto político, pero a la vez significaría renunciar y sacrificar la riqueza que representa el numeroso y diverso liderazgo de que dispone la oposición en todos sus segmentos partidistas y societales.
De lo que sí ha adolecido nuestra oposición para producir definitivamente el necesario cambio democrático en el país es de una acertada política común, detrás de la cual se alinee la pluralidad y totalidad de su liderazgo y su caudal organizativo y humano.
La última vez que la oposición dispuso de una acertada política común fue en diciembre de 2015, lo cual derivó en una gigantesca victoria política y electoral que le dio la mayoría abrumadora en la Asamblea Nacional y permitió arrinconar al régimen. Por desgracia, la oposición no supo administrar esa victoria e incurrió en severos traspiés que la llevaron a sucesivas derrotas políticas y electorales posteriores. Los atajos ya evidenciaron su inutilidad y su sangriento costo para la sociedad.
Lo principal es una política común, pero aún es insuficiente. Venezuela necesita de una acertada política común de quienes adversan al régimen, de una hoja de ruta democrática común alrededor de la cual confluyan todos los sectores que anhelan un cambio político en paz, y de una voluntad superior común que haga a un lado las mezquindades, las rivalidades y las desmedidas apetencias personales y grupales.
Cuando llegue el momento y haya que seleccionar a un candidato presidencial, el mecanismo de las primarias debe ser el primero a considerar. Antes no.
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