Sócrates. – Prosigamos, pues. Dime ahora esto: ¿hay algo a lo que llamas hablar con verdad» y hablar con falsedad?
Hermógenes. – Desde luego que sí.
Sóc. – ¿Luego habría un discurso verdadero y otro falso?
Herm. – Desde luego.
Sóc. – ¿Acaso, pues, será verdadero el que designa a los seres como son, y falso el que los designa como no son?
Herm. – Sí.[1]
La correspondencia del discurso con la cosa es una de las formas más antiguas de entender la verdad según lo deja ver Nicola Abbagnano en su diccionario de filosofía[2], sin embargo, el hecho de que el concepto moderno de ciencia esté marcado por el desarrollo y auge de la ciencia natural, y por tanto de sus métodos, ha supuesto una dificultad al momento de comprender la participación de las ciencias del espíritu en esta forma de entender el proceso científico.
En el apartado titulado ¿qué es la verdad?, correspondiente al segundo volumen de la obra Verdad y Método, el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer afirma que la ciencia moderna “considera la matemática como modelo, no por el ser de sus objetos, sino por su modo de conocimiento más perfecto, (…) lo que prevalece ahora es la idea del método”[3].
En este sentido, Gadamer se plantea dos problemas con el entendimiento de la Verdad en los términos de la modernidad, uno es la necesidad de la perfección, o universalidad de lo que debe entenderse como verdadero, cosa que solo es posible en ciencias que trabajen con el entendimiento de cosas abstractas como la matemática o la geometría; pero que sin embargo, la perfección de estas demostraciones no garantizan necesariamente la existencia de su objeto en el mundo como bien señalo Descartes en su discurso del método; y el segundo sería la reducción de lo que se entiende por verdad, a lo que sea demostrable por la vía del método, y que en tanto el método no garantice la certeza de lo aprendido, no se consideraría que exista un conocimiento verdadero; es decir, para la modernidad, la verdad radica en el método de la ciencia natural.
Sin embargo, en el apartado titulado La Verdad en las Ciencias del Espíritu, Gadamer considera que “los métodos de la ciencia natural no captan todo lo que vale la pena saber, ni siquiera lo que más vale la pena: los últimos finas, que deben orientar todo dominio de los recursos de la naturaleza y del hombre”[4]; y efectivamente, la reflexión de lo aprendido que nos permite que el dominio de la verdad oriente el sentido que le damos a nuestros actos queda completamente excluido de las competencias de método de la ciencia natural al que se le atribuye ser el mecanismo de demostración exclusivo que nos garantiza la certeza de lo verdadero.
En el mismo apartado, el filósofo alemán explica que no es frecuente el encontrarse con que la opinión pública tenga comprensión de la modalidad de trabajo que se hace en las ciencias del espíritu. Más aún, afirma que suele ser muy difícil explicar la verdad que ellas son capaces de aportar.
Si bien es cierto que el uso de métodos forma parte de la labor de las ciencias humanas, también lo es que esa cierta posibilidad de verificación que existe en ellas, y que permiten distinguir la literatura científica de la popular, aplican más para el material escrito, esto es, para la obra presentada, que para las consecuencias que el trabajo puede tener para el mundo, y en ese sentido, las ciencias del espíritu no pueden garantizar la verdad en términos de perfección mediante sus métodos.
Sin embargo, al hacerse la pregunta por la verdad, Gadamer no la entenderá de este modo, sino que, aceptará como verdad, la correspondencia tal y como la definen Sócrates y Hermógenes en el Crátilo, diálogo escrito por platón citado al principio de esta disertación.
Para Gadamer, el sentido de un discurso radica en hacer evidente algo que lo es para quien lo emite, esto es des-ocultar, dejar sea tan evidente para el interlocutor como lo es para el emisor del mensaje, hacer que algo esté presente para otro “tal como lo está para uno”[5]. En ese orden de ideas, un discurso será verdadero dependiendo de su adecuación a la cosa presente.
Por otra parte, puede entenderse que lo que es evidente para uno, no lo es para otro, y que varios interlocutores podrían percibir la misma cosa de manera distinta, y que si bien sus discursos sobre la cosa puedan diferenciarse unos de otros, eso no implica que un discurso sea más verdadero que otro en tanto que todos se adecúen a lo que existe, por tanto no será posible decir una verdad ajena a la interpelación de la cosa sobre la que se habla.
Y en ese sentido, se abre la puerta para una pluralidad de la verdad cuyo lugar no es otro que el juicio.
Bibliografía:
Abbagnano, Nicola, Diccionario de Filosofía, México, Fondo de Cultura Económica SA,1993
Gadamer, Verdad y Método II, España, Ediciones Sígueme, 1998
Platón, Diálogos II, Madrid, Editorial Credos, S. A, 1992
[1] Platón, Crátilo, (EDITORIAL CREDOS, S. A), 358b
[2] Nicola Abbagnano, Diccionario de Filosofía, (Fondo de Cultura Económica SA ) P1180
[3] Gadamer, Verdad y Método II, (Ediciones Sígueme) P.54
[4] Gadamer, Verdad y Método II, P.43
[5] Gadamer, Verdad y Método II, P.54
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