NOTA: Este texto fue escrito originalmente a modo de guión para el video que encontrará al final de este artículo.
Nuestra condición de seres sociales, la velocidad con la que se desarrollan los acontecimientos en el mundo contemporáneo y la necesidad de permanecer continuamente conectados nos mantiene en una situación de alteración.
La alteración es el efecto de nuestro estar en el mundo y de nuestra relación con él, en El Hombre y la Gente, José Ortega y Gasset, lo describe como un estar constantemente alerta, en perpetua inquietud, mirando, oyendo las señales sin descanso del contexto.
Este estado de alteración en la persona humana puede asemejarse a la vida de los animales en el sentido de que, en este estado de existencia, no se vive desde sí mismo, sino que siempre se está atento a lo que está fuera; la capacidad que diferenciaría al hombre es, desde este punto de vista, precisamente la de salir de este estado de alteración, dando la espalda al mundo para volver su mirada sobre sí mismo.
Según reseña Ortega, Baudelaire, al ser preguntado por dónde quería vivir, afirmó que en cualquier parte fuera del mundo, esta afirmación es interpretada por el pensador español como una salida del estado de alteración, esto, entendiendo al mundo como un absoluto afuera.
Volverse sobre sí mismo es una tarea muy complicada en el mundo contemporáneo, pues implica detenerse en medio de la carrera de la cotidianidad, abandonar un momento las cosas que están en el mundo, tanto las que nos generan dolor como las que nos generan placer, para entregarse a un proceso de reflexión.
La detención abrupta de la cotidianidad por causa de la cuarentena se ha mostrado como una invitación a ensimismarse, sin embargo, ha puesto en evidencia que salir del mundo es un proceso sumamente doloroso. Esta situación es descrita por San Agustín de Hipona, quien en un diálogo que sostiene con su propia razón en un libro titulado Soliloquios, admite que Ama la vida en compañía de sus queridísimos amigos, la buena salud, y la vida del cuerpo; y que el temor a perderlos causa turbación en su alma.
Sin embargo, si bien es cierto que el dualismo de Agustín le conduce a una renuncia al mundo en beneficio de la espiritualidad, el proceso de ensimismamiento puede entenderse con finalidades prácticas. En un diálogo platónico llamado Eutidemo, Sócrates afirma que, si supiéramos hacer oro de las piedras, tal ciencia nada valdría si no supiésemos servirnos del oro. En este sentido la filosofía no se limita a una mera acumulación de conocimientos, sino que tiene un valor que reside en un modo de vivir desde el saber.
En El Hombre y la Gente, Ortega afirma que el hombre que se siente perdido en el mundo hace un esfuerzo por salir de él y retirarse a su intimidad, este encerrarse en sí mismo, no tiene otra finalidad que la de indagarse lo suficiente para volver al mundo para actuar conforme al conocimiento de sí que se adquiere en ese proceso.
El contexto nos ha obligado a detenernos, esta contingencia puede servir para retirarse de la cotidianidad. ¿Vale la pena abandonar temporalmente la vida cotidiana? Ese temor que sabiamente confiesa San Agustín no es, ciertamente, poca cosa. El saber de sí no asoma como una garantía de vida dichosa, pero parece ofrecernos la oportunidad de volver a ser en el mundo de un modo auténticamente propio.
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